Una manta y un plato

Mientras su hermano Joaquín andaba deambulando por los pueblos de Teruel con la 61ª brigada, mi abuelo se encontraba en Valencia cursando el bachillerato acelerado en el Instituto para obreros. Hasta ahí llegaba lo que yo sabía. No tenía ni idea, por ejemplo, de cómo llegó a cambiar los libros por el fusil. Él nunca me explicó si fue a luchar como voluntario o como soldado de reemplazo. Lo averigüé por casualidad un día en el Archivo Municipal de Alcoy.

Consultando la colección del diario Humanidad encontré el siguiente artículo:

Diario Humanidad, 25 de febrero de 1938
Diario Humanidad, 25 de febrero de 1938

Al ver el titular, eché cuentas. Mi abuelo pertenecía al reemplazo de 1940. Todas las letras que había allí debajo le afectaban. Así que las leí detenidamente. Aquel era el texto que a buen seguro había puesto fin a sus estudios y lo había obligado a vestirse de soldado. Las urgencias de la guerra hicieron que el gobierno llamase a filas a su quinta un año antes de lo que hubiese correspondido. Era el último día de febrero del 38. Hacía solo tres meses y medio que había ingresado en el Instituto para obreros.

Lo más llamativo, sin embargo, estaba al final del artículo del diario Humanidad. El presidente del consejo municipal de Alcoy, Cándido Morales, se hacía eco de unas palabras que más tarde encontré en la Gaceta de la República, el antiguo BOE. Los infortunados de los dos nuevos reemplazos requeridos por el ejército debían presentarse a filas “llevando consigo una manta, un plato y calzado, todo ello en buen uso”.

Vistas las condiciones en que aquellos chicos de 19 años fueron enviados al frente, da pavor imaginar lo que iban a encontrar después. ¿Qué podía esperarles si no cuando el estado por el que se iban a matar ni siquiera podía proporcionarles una manta, un plato y un par de zapatos?

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