Más que hacer la ruta que en su día hizo J. con el 243 batallón de la 61ª Brigada Mixta, la deshicimos. Del lugar donde conocieron el infierno, Las Lomas de Pancrudo, nos desplazamos hasta Lidón y de allí a Escorihuela, los dos últimos pueblos que pisaron antes de su bautismo de fuego.
Desde Lidón J. escribió dos cartas, los días 21 y 23 de diciembre de 1937. Actualmente, sus vecinos presumen de que entre ellos no hubo guerra civil. El Ayuntamiento decidió que allí no se paseaba a nadie y, según cuentan, todos obedecieron. El día de nuestra visita, el pueblo apenas contaba medio centenar de almas. Entre ellas, la de Joaquín, que en 1937 descubrió los bombardeos de la aviación mientras jugaba con un amigo a la intemperie. Inocentes, creyeron que aquel avión que les sobrevolaba era como cualquier otro y no le prestaron mayor atención hasta que el suelo se estremeció y la fuerza de una explosión los alzó por los aires.
Joaquín recordaba que el pueblo estaba tomado por los republicanos y que eran tantos que no había sitio para alojarlos en las casas y hubo que distribuirlos en pajares. No se acordaba de ningún soldado llamado como él.
La última parada de la ruta acelerada iba a ser Escorihuela, el destino en el que J. permaneció por más tiempo: un mes y cinco días, a lo largo del cual le dio tiempo a escribir hasta seis cartas. El trayecto exigía atravesar llanuras como las que habían cabalgado los jinetes del general Monasterio.
Bartolomé, de 95 años, nos esperaba de pie delante de la puerta de su casa. Nada más vernos llegar, su historia comenzó a desbordarse, sin mediar saludos o presentaciones, como si hubiese estado aguardando 75 años a ser contada:
“Aquí había tanta fuerza alojada que tuvieron que empezar a meterlos en pajares por allí, por la parte alta. Por culpa de un chivatazo que hubo bombardearon un pajar en el que dormían 300 soldados y cuatro del pueblo”.
Bartolomé se acordaba sobre todo de la División Líster, la élite del ejército republicano, y de los sanitarios de la 61ª Brigada Mixta. A todos ellos los vio llegar y luego marcharse a toda prisa, derrotados, renqueantes, poseídos ya por el pánico, en lo que fue solo el principio de las grandes retiradas del frente de Aragón. Su relato manó con incontinencia, a borbotones, como una fuga de agua que no había manera de tapar. Después, una vez pasado el huracán, se relajó: “Bueno, a ver, vosotros preguntad y yo si lo sé os contesto”.
Si hay un detalle que resume el paso de J. por Escorihuela es la anécdota que relata en una de sus cartas sobre cómo, tras lavarse la cabeza en una fuente, se le formaron carámbanos en el pelo. Al escuchar la descripción, Bartolomé indició que debía de tratarse de la Fuente de los seis caños. Había sido reformada, pero todavía estaba allí. No se me ocurría mejor lugar para acabar aquella expedición intensiva tras los pasos de J.