Cuando se fue el verano de 1937, Joaquín también tuvo que partir. Había tenido la suerte de que la chica de esta historia lo eligiese a él y la desgracia de que tan solo se le concediesen unos meses para disfrutarlo. En condiciones normales no hubiese sido llamado a filas hasta 1939. Con la guerra consumiendo generaciones enteras, no tuvo otra que irse dos años antes.
No recuerdo dónde estaba yo entonces. Solo sé que un día volví a casa con un fajo de cartas en el interior de mi mochila y no pude esperar para empezar a leerlas. Me senté sobre la cama y allí le acompañé por primera vez en su periplo por las trincheras. La primera sensación que tuve fue de decepción. Seguramente esperaba descubrir en él a un nuevo Miguel Hernández o tal vez al protagonista de una novela de Hemingway. En lugar de eso lo que hallé fue que en su caso era solo campesino, no poeta, que tenía aún 19 años y que le costaba horrores escribir en una lengua en la que no vivía y que, sin embargo, era la única que le habían enseñado.
La decepción es, a menudo, un sentimiento ridículo. Si esa decepción, como en mi caso, se produce por juzgar que una vida ajena no está a la altura, el sentimiento es, además, pueril. Pero todos sabemos que lleva tiempo entender ciertas cosas. Antes de seguir adelante tuve que asimilar que en las cartas de J. hay bastante más resignación que ideales revolucionarios. La mayor utopía de Joaquín desde el mismo día en que se fue era la de regresar. Ese no es el comportamiento de un héroe. Es el de un tipo terriblemente humano. Lo único que él desea por encima de todo es volver y disfrutar de una vida junto a su novia.
La primera carta que envió a Enriqueta como soldado está fechada el 26 de septiembre de 1937 en Alicante. Dos días antes, en compañía de algunos paisanos, se ha presentado en la Caja de Reclutas, donde le ordenan volver al cabo de 48 horas. A la mañana siguiente, se despierta e intenta ir a Alcoy para disfrutar de su último día como civil. No hay billetes. Pasa las últimas 24 horas matando el tiempo en la ciudad. En la mañana del 25 de septiembre regresa al centro de reclutamiento y, esta vez sí, le comunican la unidad donde él y otros 30 alcoyanos acudirán, no a decidir su futuro, sino a averiguar si lo tendrán: 61 Brigada Mixta de la 42 división del Ejército Popular de la República, el hilo del que yo ahora debo tirar.
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Música: Ehma: Les bottes en caoutchouc
*Luis García Montero, Diario cómplice, 1987.