Huelga de vientres

Hay quien, llegado un momento determinado de su vida, decide irse a dar la vuelta al mundo. En este momento determinado de mi vida, yo me he embarcado en un viaje con J. Él es mi vuelta al mundo. Ya os daré más detalles a mi regreso. De momento, como hoy soy yo quien escribe la carta, me gustaría aprovechar para compartir algo de lo que voy descubriendo.

Hay una frase que atribuyen a George Orwell y con la que siempre he estado muy de acuerdo: “Muchos revolucionarios no son sino trepadores con una bomba en el bolsillo”. Como mucha otra gente, yo también asociaba el anarquismo con una revolución violenta. Pero eso era antes de saber que algunos anarquistas se reconocen más en otra palabra que, ahora que la conozco, a mí también me gusta mucho más: libertarios. Eso es lo que yo quiero que fuesen mi abuelo y sus hermanos. No revolucionarios, ni trepadores con una bomba en el bolsillo. Libertarios. Al fin y al cabo, el objetivo final de los anarquistas era la liberación de la clase obrera, la liberación del ser humano. Lo cual no se consigue únicamente derrocando al gobierno. La revolución como ellos la entendían era algo mucho más amplio. La libertad era también una actitud.

La ideología libertaria cuajó y se extendió a ámbitos que iban mucho más allá de la política o el sindicalismo. Hombres y mujeres como mi abuelo intentaron propagar otros valores, que iban acompañados de un estilo de vida. La libertad empezaba en el cerebro. Por eso consideraban tan importante la cultura y procuraban que hubiese escuelas para niños y para adultos. Porque un ser humano únicamente es libre de elegir cuando sabe que lo está haciendo. Porque, además, pensaban que la cultura les podía proporcionar el conocimiento necesario para librarse de la esclavitud.

La libertad empezaba en la mente y seguía por el cuerpo, que se tenía que intentar mantener en las mejores condiciones. Para ello se consideraba imprescindible el ejercicio, la buena alimentación y una vida sana. En Alcoy, por ejemplo, se propagaron la gimnasia y el naturismo, que todavía cuenta con sus adeptos en la ciudad. También se habló de amor libre y de sexo. De hecho, una de las ideas que proponía el anarquismo era la llamada eugenesia. Los teóricos anarquistas razonaron que la falta de control sobre la natalidad perpetuaba la condición de los obreros, que se las veían y se las deseaban para sacar adelante a sus familias. La libertad pasaba por tener únicamente los hijos que se pudiese mantener y para eso era necesario mantener relaciones sexuales conscientes. Entre las obras más influyentes del momento figuraba el ensayo “Huelga de vientres”.

Una de las personas con las que me crucé con este viaje que hago en compañía de J., un alcoyano que a sus más de 90 años todavía se consideraba un anarquista convencido, recordaba haber hecho “varias” huelgas de vientre en su vida. Es curioso cómo lo que esconde ese concepto puede resultar al mismo tiempo tan distante y tan actual.

VERSIÓ EN VALENCIÀ

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