En los últimos meses de la guerra, mi abuelo fue nombrado comisario de compañía en el ejército republicano. Tenía 19 años y nunca más quiso hablar del tema. Aunque, según decían en la familia, su silencio fue lo que le permitó salvar la vida o al menos escapar de un castigo si cabe más cruel, lo cierto es que la muralla que construyó alrededor de su participación en la guerra también impide saber en qué consistió exactamente su labor como comisario.
Hoy, en el libro Men in Battle, de Alvah Bessie, he encontrado esta referencia sobre el papel de los comisarios, en este caso referida a las Brigadas Internacionales y escrita en un tono ensalzador que evidentemente no nace de la objetividad:
«No éramos un ejército de autómatas bajo la autoridad absoluta de un mando incuestionable. Éramos un ejército de hombres responsables y pensantes. Elegíamos a nuestros delegados políticos —oficiales que no existen en ninguno de los ejércitos controlados por los poderes económicos de las así llamadas democracias. Estos delegados políticos, llamados comisarios, eran nuestros responsables. A petición suya o nuestra, se convocaban reuniones donde cada problema de comida, ropa, alojamiento, órdenes militares, correo, tabaco (o en gran medida la ausencia del mismo). La opinión de la mayoría mandaba; la obligación del comisario era encargarse de que los abusos y las quejas fuesen trasladados a la autoridad correspondiente, así como implementar la voluntad de los soldados y los deseos de los mandos. Su obligación era explicar —y la nuestra entender— la dirección de la guerra, el significado de los acontecimientos —políticos, económicos, sociales y militares— dentro y fuera de España. A ellos se les confiaba la educación política de los soldados, que era de un nivel elevado entre los internacionales e iba progresivamente en aumento entre los españoles a medida que la lucha se encarnizaba. Eran soldados que no solo sabían obedecer, sino que además entendían las razones por las que lo hacían y la disciplina rígida que los distinguía en acción era autoimpuesta dentro de los límites razonables.»
Alvah Bessie fue un guionista de Hollywood que dejó en Estados Unidos mujer e hijos para alistarse como voluntario en el ejército republicano. El libro Men in Battle es uno de los testimonios más significativos acerca de las Brigadas Internacionales y, en concreto, del papel de los voluntarios norteamericanos en ellas. Años más tarde, con la caza de brujas instigada por el senador McCarthy, Bessie se convirtió, para su desgracia, en uno de los llamados diez de Hollywood, y pagó su compromiso político con diez años de cárcel y con una condena perpetua al ostracismo profesional. Su historia aparece en el documental de Oriol Porta Hollywood contra Franco.