Hace un rato me ha llamado mi madre. Hoy hubiese sido el cumpleaños de mi abuelo. 91 años tendría ya de no haberse parado su cuenta en el año 1997. Por lo menos él pudo morir en casa rodeado de los suyos y tras haber vivido una vida plena que, de algún modo, compensó la juventud tan aciaga que le tocó pasar. Sus hermanos no pudieron decir lo mismo.
Antonio, el hermano mayor de mi abuelo, desapareció en la Guerra Civil siendo soldado republicano. Su muerte jamás fue confirmada. A su madre los cabellos se le volvieron blancos y vivió el resto de sus días albergando la esperanza inconfesable de que alguna de las veces que llamasen a la puerta del otro lado se encontraría él, anunciando feliz su regreso de Francia o de América. De todos los que quedamos en la familia, yo soy quien parece haber heredado ese pabilo de esperanza y, a pesar de que Antonio se desvaneció sin dejar rastro y hoy no queda ni siquiera una pista desde la que empezar a investigar, no descarto que algún día se produzca el milagro que nos lleve hasta él.
Joaquín, el de en medio de los tres hermanos, fue lo que algunos llaman una víctima del franquismo. A mí ese término no me gusta. Me parece un reduccionismo. Joaquín, en realidad, fue víctima de algo mucho más vasto e infinitamente más duradero que el franquismo, que es la mezquindad humana.
A diferencia de lo que ocurre con su hermano mayor, en el caso de Joaquín conocemos el principio y el final de su historia. Lo que siempre fue una incógnita fue esa elipse que quedaba en el medio y que, además, coincide con el periodo en el que estuvo sirviendo como soldado republicano en la guerra civil. ¿Qué le pasó a Joaquín? ¿Por qué acabó como acabó? También estas eran preguntas que siempre creí que probablemente se quedarían sin responder. Hasta que un día esta historia de la que yo mismo formo parte dio un giro inesperado y me dejó sosteniendo un fajo de papeles manuscritos y amarillentos en la mano. Las cartas que Joaquín había estado escribiendo a su chica desde el frente.
El día que me entregaron las cartas corrí a casa y me apresuré a leerlas esperando que me desevelasen lo que mi tío abuelo no tuvo oportunidad de hacer. Sin embargo, como es norma desde que todo esto empezó, el resultado no fue el que yo esperaba. Las cartas de Joaquín no me contaron ninguna historia. Me la pidieron.
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LCJ 02 – Antonio, Joaquín y mi abuelo